La columna| La Vieja amiga de la vieja esquina


La Columna | Kenny Yucra Lopez 



Yo había tenido la gentileza de acostumbrarme a su fragante y animosa voz cuando pronunciaba mi nombre, me decía ¡Kendy! enano cuando serás grande, hay este pequeño cuando sea grande será obediente y buen hombre, ágil y codiciado, siempre comentaba eso a sus amigas una y otra vez; pero lastimosamente no fue así, tal vez ahora  no soy muy ágil en los problemas ni mucho menos soy codiciado o quizás no soy grande todavía; pero me consta recordar que siempre me hizo sentir bien, siempre la veía en la misma esquina, sentada en un asiento de barro achancado, a veces en la puerta de su casa-que era esa esquina-y otras veces al frente donde llegaba los rayos y el calorcito fresco del sol cada mañana, la gente del pueblo ya la conocía, ella siempre estaba en el mismo lugar todos los días a cada hora y detrás de todo esto se preguntaran que hacia una mujer alentadora en la esquina, no vaya ser una loca que ha agarrado esa manía, no, no es así, no, no es así.

Ella sufría de una enfermedad, nunca supe de qué se trataba ese mal, solo sé que no podía caminar, su esposo era un buen hombre, a pesar de su enfermedad siempre la siguió amando como a ninguna, él le sacaba entre sus brazos a fuera a esa esquina donde siempre estaba, una vez, le compro una silla de ruedas para poder ir a otros lugares, recorrer sitios, por donde alguna vez una entusiasmada y angustiada muchacha podía correr con los cabellos sueltos y largos, sonriente y menuda, sencilla, angelical, enamoradiza. Nunca vi que se aborrecían de ella, sus hijas-que no recuerdo cuantas- frecuentemente la acompañaban siempre a todas partes, a las fiestas del pueblo, de otros pueblos, en las tardes los muchachitos deportistas utilizaban de canchita de futbol la plazuela junto a esa esquina, los vecinos le acompañaban también, yo era niño esos tiempo apenas sostenía 10 u 11 años sobre mí, es cierto no me gustaba el futbol pero tenía una bicicleta de 21 cambios y salía a dar vueltas para sustentar mi infancia, debía de tener infancia. 

Yo la veía con mi cara de inocente niño, la veía carcajear alegre, escuchaba que hablaban de esas típicas charlas picarescas que se daban esos tiempos y hacían inolvidable a esos detalles. Cuando los tiempos cambiaron y ya yo utilizaba zapatos de talla 38 39, el mundo ya había sufrido metamorfosis el pueblo ya no era muy habitada los vecinos en-regocijados tomaban otra casa en la ciudad como la casa principal y la del pueblo pues era como las casa de campo, los niños ya no jugaban en la plazuela, esos gritos que salía entre polvo de tierra y sudor en los partidos de futbol se había disipado, pero lo que no había cambiado era ella, ella seguía con el mismo aliento: Kendy! Como has crecido hijito, ya eres todo un hombre, tienes zapatos grandes y la voz más gruesa, ¿ya tienes una novia? Decía ella con la voz armonios, apaciguada y sobre todo como si fuera recitando un poema de ‘aliento’, Yo sí, recuerdo que a esas fechas cuando tenía quince años si tenía enamorada, la primera claro.

Yo me preguntaba que paso con el pueblo sencillo, donde está la alegría de antes, veía perros chuscos paseando por la esquina y moscas chirreando, Pero había algo rescatable dentro del contexto el cual se me había presentado, algo muy curioso e interesante, yo ya no andaba con una bicicleta de 21 cambios, ahora andaba con una motocicleta marca Senda 250 y pare en la esquina para charlar con ella, hacía tiempo que no la veía, de pronto alguien paso y le dijo: “Como esta doña Dionica, buen día para usted, mi compadre Alberto no ha llegado a casa y me tengo que ir a la ciudad, si lo viera llegar por favor, por favor dígale que no olvide echar la comida a las aves ”, Ella en cierto modo ya se había acostumbrado a guardar recados, se había convertido en una gestora, en un medio de comunicación especie de mensajera, pero nunca dejo la sencillez, ya pintaba arrugas su carita ángel, sonriente y chimuela poco despeinada.

La última vez que la vi fue hace un año, jamás dejo la esquina, era como su casa, su casa era el asiento achancado de barro, la plazuela y el pueblo, seguía recibiendo recados, cuando me acerque a ella; Bien alegre ella me decía: ¡Kendy! Mírate nada mas ahora si eres muy grande, te vi muy pequeño como a un grano de trigo y te as convertido en todo un galán, es cierto, con razón estoy envejeciendo, mírame soy la vieja que te vio crecer y has caminado tanto que pudiste darle vuelta al mundo y yo siglo clavada en este obsceno lugarcillo de soledad, cuéntame como estas, donde estas estudiando, que es de tus padres cuéntame ¿cuándo volverás de nuevo?, que mágica doña Dioni, siempre con la misma voz y su misma expresión, sus gestos sinceros. Después de una larga charla la deje sentada, mientras me alejaba el pueblo se hacía pequeño y crecía en sentimiento, una dócil y hermosa mujer de avanzada edad con un bastón de madera fina junto a su ventana, su vestido colorido y opacado, sus ojos en frunces agitadas con el tiempo, le dije adiós.

 De hecho debí volver a verla siempre angustiado, esperando sus loas de ánimos, ¡Kendy! Hijo mío, esos ánimos inmensos que hacen de tu personalidad una cuna de seda o paja que conforta tus sentidos, tu tranquilidad, siempre hay personas que estiman tu prudencia, tu amistad, Pero ha los 19 años cuando fui a buscarla ya no la encontré, cuando pregunte qué había pasado: Como ¿no sabes? Ella falleció hace tiempo, No era posible yo juro que ella era inmortal, ella no ha muerto, seguro se fue con su esposo noble y  fiel a dar una vueltas con la silla de ruedas que le compro, seguro que vendrá más tarde y estará sentada en el mismo lugar; Pues no, todos lloramos su partida me dijo mi madre, don francisco su esposo está de luto, lleva la cara sollozada, el día del entierro entre gritos y gemidos le suplico que vuelva tomándole la mano, “A pesar de todo yo siempre te he querido, te amado Dioni, no me vayas a dejar, donde estas querida despierta de ese sueño mortal, dame tu mano, ven vamos a pasear por las capillas del pueblo donde te conocí, ya arreglé el carrito de ruedas, porque no bienes, acaso ¿has dejado de quererme?, hay dolor… hay dolor…”

Es cierto, me he sentido vacío estos días, y no encuentro motivos para volver al pueblo aquel, me he tomado un espacio de líneas para recordarle, seguro ella lo leerá y me dirá: ¡Kendy! Como has estado, te veo más grande, seguro te portas muy bien, ¿Cuántas novias has tenido?, ¿eres un hombre valioso?, ¿eres codiciado?, háblame de tus historias, que lugares as conocido, donde has de parar muchacho, te he visto desde muy pequeño,  y con razón; con razón, ya he muerto Kenny… Kendy…

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